Cocaína de extrema toxicidad: causas y consecuencias de la adulteración de estupefacientes

En momentos en que la Justicia bonaerense investiga una serie de muertes vinculadas con el consumo de cocaína adulterada, es necesario advertir que, en caso de confirmarse la hipótesis del envenenamiento con fines de perjudicar a una banda narco, estaríamos frente a un ajuste de cuentas nunca antes visto en nuestro. Otra posibilidad podría ser que esta situación, con un triste desenlace, fue resultado del estiramiento para baja de precio de la sustancia.

La realidad es que el fenómeno de la adulteración y/o estiramiento de estupefacientes no es nuevo y casos de intoxicación pueden ocurrir en cualquier centro urbano del territorio nacional. En mi libro «Salió Mal” -una investigación sobre la transformación del negocio narco en la Argentina, con relatos en primera persona de víctimas de este flagelo- alerté que nuestro país, tomando como referencia el período 2008-2017, registró un aumento en la prevalencia del consumo de cocaína del 129%.

Es el territorio que ha mostrado mayor crecimiento entre aquellas naciones del continente americano con las tasas de consumo más elevadas, según los reportes Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito.

Hoy la Argentina ocupa el noveno lugar entre los países con mayor consumo de cocaína. La situación se ve agravada por ser una sustancia transfronteriza que cotiza en dólares y que, ante la pérdida de poder adquisitivo de la moneda local, se le termina ofreciendo a muchos consumidores/as una droga de peor calidad, con un mayor riesgo para la salud.


El correlato también está dado por una cada vez más marcada polarización social: los sectores económicos de mayores recursos pueden adquirir una cocaína de mejor pureza mientras que los sectores socialmente más postergados solo pueden tener acceso a una sustancia con máximos niveles de estiramiento y/o adulteración.

En Salió Mal también describí que la adulteración de las sustancias, en muchos casos con fines de estiramiento para hacerlas más redituables en los circuitos de comercialización ilegal, no sólo se registra con la cocaína. Algo similar ocurre con la marihuana y las drogas sintéticas (caso Time Warp del año 2016).

El avance del consumo no se detiene. Y los últimos datos de la Sedronar son más que elocuentes: el 35% de consultas que reciben sus dispositivos territoriales están vinculadas  con el consumo de marihuana y cocaína. Más específicamente, de 100 consultas recibidas, 20 corresponde a marihuana y 15 a cocaína.


Con el objeto de “estirar” la cocaína se la suele mezclar con multiplicidad de elementos incorporados con el único fin de simular aspecto y olor de la sustancia base. Se han incautado sustancias que contenían desde herbicidas hasta vidrio de tubos fluorescentes molidos.

Sabido es que el narcomenudeo genera disputas de poder vinculadas a la obtención de recursos económicos. Pero, dado su extensión y virulencia, empieza a convertirse en un fenómeno sin límites ni fronteras.

No debemos olvidar a los adictos y su centralidad como sujetos, dado que también es una política efectiva para esta pelea tan desigual. Es indispensable disminuir la demanda y no solo pensar en la oferta.

Sin mezquindad ni partidismo debemos desarrollar políticas permanentes y perdurables en el tiempo que transciendan los gobiernos.

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Salió Mal-1

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