Salió Mal, es el título de un nuevo libro, sobre adicciones y narcotráfico en Argentina

En unos pocos meses estará disponible este nuevo libro que retrata, con historias críticas, las ausencias en las políticas de prevención y tratamiento de adicciones. Una nueva mirada sobre la demanda y la mutación del narcotráfico en Argentina. 

La frase “Salió mal”, pronunciada por S., representa mucho más que dos palabras. Describe un fracaso que trasciende al barrio, y llega mucho más lejos, hasta las entrañas del Estado.

A modo de adelanto comparto algunos de esos testimonios iniciales:

Calle, Cárcel o Cementerio

Como tantos otros jóvenes este testimonio manifiesta una hipótesis de vida basada esas “tres C”.

A los 14 años entré en la droga porque la teníamos fácil. Salíamos al kiosco y te la ofrecían. Así de fácil. Todos los chicos con los que nos juntábamos estaban en la esquina y ya consumían cocaína y marihuana. Alcanza con que pases por ahí y pasás porque vivís en la cuadra. Una vez, dos veces, tres. Terminás enganchándote porque son tus amigos los que te invitan”.

 

S., “soldadeando” en la periferia de La Plata

“Nos criamos juntos y estuvimos metidos, soldadeando hasta los 16 o 17 años. Salimos porque nos vino a rescatar gente de un programa de inclusión después que caímos. Habíamos ido a robar una casa al centro. Ya teníamos el fierro, ya teníamos plata, andábamos en moto y pensamos que queríamos hacer otras cosas. Entonces, marcamos una casa y salió mal”.

Quien habla es S., un joven que vivía hasta no hace mucho en el sur de la ciudad de La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, en uno de los barrios donde no solo golpea la exclusión social, sino también un flagelo que se desarrolla a la par de la destrucción de los vínculos sociales: el narcotráfico.

En esa barriada platense funciona un negocio con un particular método de atención al público y con un sistema de seguridad muy particular: una selección de personal adolescente basada en la condición de consumidor, primero, y soldado-despachador, después.  

A metros de la esquina, S. vivía prácticamente solo. Su padre, preso por 18 años. Su madre, presa por algunos menos. Tenía parientes, pero principalmente estaban los amigos, varios de los cuales pasaron a ser pares en el racimo del último peldaño de la estructura de venta de droga.

En cierta forma, S. se siente ahora un afortunado y puede contar sus vivencias. Pudo salir a tiempo, encarar otros proyectos de vida. Su historia es uno de los testimonios que forman parte de este trabajo, el cual busca ser un aporte para describir lo que significa el fracaso de las políticas que se vienen instrumentando en nuestro país, desde hace décadas, para combatir las adicciones y el narcotráfico. También pretende poner de manifiesto que otro camino es posible.

Así como hay personas que lograron hacer frente a las falencias de un sistema que les jugaba en contra, también existen sectores políticos, sociales y comunitarios que no se resignan a ser convidados de piedra. Y por ello todos los días deciden enfrentar una realidad que derrama sangre y corrupción.   

“En el barrio, hay una sola casa de dos pisos y pocas camionetas. La casa es del narco, que tiene otra más un poco más atrás y la hizo construir en dos meses. La hija anda manejando una Dodge RAM. Son personas que nunca trabajaron, nunca estudiaron y los ves en una camioneta de alta gama”, explica S.

El enclave barrial no está demasiado alejado del centro y de la Universidad platense, de los laboratorios, teatros, clubes y demás instituciones que ayudan a redondear una definición aspiracional de La Plata. A su vez, no pasan desapercibidas las diferencias, los ascensos y las posibilidades.

Según S.: “Hay gente grande en el barrio que está en contra de todo eso, pero no dice nada. ¿Sabés por qué? Te queman. La mayoría está fuera de eso, pero muchos de los que viven en esa zona son los que toman de esa merca, que se vende en la esquina. En el barrio hay gente que tiene capacidad, gente inteligente, pero después se va perdiendo porque es muy difícil sostenerse en esas actividades. Si vos sacás a un grupo de pibes y les ponés al lado un club, una escuela, la Universidad, en 10 ó 15 años tenés un médico, un deportista. En cambio, si andás como un barrilete, te quedás, pasan 10 años, te seguís drogando y no podés explotar ningún potencial tuyo”.

Una y otra vez, S. pide comprensión. Dar testimonio mostrando el nombre, la cara, lo comprometería con su trabajo, con su vida después de todo aquello. Se fue de su barrio al centro de la capítal provincial, a una ocupación diaria y a la vida en pareja. De aquellos años le queda un amigo, que fue socio y hoy es un “hermano”.  Ambos, según relata, soldadeaban y protagonizaron ese frustrado asalto que salió mal y que cambió sus vidas para siempre. Pasó más de una década de los días del consumo primero y de venta después. La plata y la ambición de más plata que terminó en una comisaría.

Hoy asegura que salió de todo aquello. Hasta de la cocaína: “Cuando estás trabajando tomás pero sólo para mantenerte despierto, sino no estás lúcido corrés el riesgo de ponerte paranoico, pararte detrás de una pared y empezar a los tiros. Necesitás lucidez porque el trabajo se hace los 7 días de la semana, las 24 horas. Cuando dije salgo, chau. Ya fue. Ahí se terminó todo. De vez en cuando vuelvo al barrio. Nada más. Allá no mejoró nada. Todo está peor. Sí hace diez años éramos 10 en la esquina, ahora son 30. Los pibitos empiezan más chicos. Están perdidos y hacen cualquier cosa. Capaz que le roban a una señora mayor una garrafa de la casa y van a cambiarla por una bolsita de cocaína. Nosotros los sacábamos de un cachetazo, pero ahora parece normal eso. Son todos víctimas. La situación es difícil porque no tenés nada para ofrecerle a los chicos y la realidad es que de todo eso se sale muerto, preso o recuperado”.

 

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